“Quizá todo lo
terrible, en el fondo, sea sólo una forma de desamparo que solicita nuestra
ayuda.
No debe, pues,
asustarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted, tan
grande como nunca vista. O si una inquietud como luz o sombra de nubes cae
sobre sus manos y hace efecto en usted. Tiene que pensar que algo le acontece,
que la vida no le ha olvidado, que le tiene en sus manos y que no le dejará
caer.” R. M. Rilke
Tus manos temblaban esta mañana y un cartón te separaba
de la piedra fría de las escaleras; ahí estabas otra vez, como desde hace un
año y medio, sentado. Te observé un rato mientras esperaba el autobús. El
viento volcaba otro cartón que tenías apoyado en el escalón y cada vez que caía
lo recogías y lo volvías a colocar con delicadeza. Había algo escrito, pero no
alcanzaba a leerlo. Quizá explicabas tu historia, por la que tantas veces me he
preguntado. Un trozo de cartón para explicar una vida. Para explicar por qué las calles de esta ciudad son ahora tu
hogar y por qué tus mañanas consisten en sentarte en ese escalón mirando al
frente. Y es que a penas te detienes a observar a los centenares de personas
que van de un lado a otro de la calle y que seguramente no advierten tu
presencia.
¿Cuál es tu historia? Es lo que me pregunto cada
día. Porque no sé si los demás te ven o sólo eres para ellos un elemento más de
la calle. Yo no puedo evitarlo y te veo y me fijo en tu rostro arrugado y cansado, y me llegas al
alma. Cada mañana, tu presencia en ese escalón me derrumba; como si de repente
abrieran las compuertas y una multitud de sentimientos se abalanzaran sobre mí
para dejarme al borde de las lágrimas. Como si todo el sufrimiento del mundo se
concentrara en ti, en tu mirada, en lo que significas. Me pregunto qué fue lo
que te llevó a deambular por las calles, a hacer de ese escalón tu territorio.
Quizá fueron tus propios actos, una mala decisión o simplemente eres uno más de
los excluidos de este sistema despiadado.
Hace tiempo que me acompaña tu pensamiento, este
sentimiento de tristeza vital que me provocas e incluso a veces, me avergüenzo.
Como si no estuviera bien y lo normal fuera
pasar por delante de ti impasible, mirar hacia otro lado, aceptar que tenemos
que convivir con el dolor de otros. Seguramente,
porque estamos ya tan acostumbrados a ver el horror y el desastre que hemos
aprendido a mirar hacia otro lado.
Pero a mí no me sale mirar para otro lado, ni
cambiar el recorrido para evitarte. ¡Es tan extraña esta necesidad de
enfrentarme a tu presencia y al dolor que me causa! Como si al hacerlo viera también mis propios miedos, como si fueras el
reflejo de mi propio inconsciente.
A veces hablamos de injusticia social y después pasamos indiferentes ante casos como estos ¿que ocurre? ¿se nos ha muerto el corazón?
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita