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viernes, 18 de noviembre de 2016

Lo de dentro (III)




“Quizá todo lo terrible, en el fondo, sea sólo una forma de desamparo que solicita nuestra ayuda.
No debe, pues, asustarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca vista. O si una inquietud como luz o sombra de nubes cae sobre sus manos y hace efecto en usted. Tiene que pensar que algo le acontece, que la vida no le ha olvidado, que le tiene en sus manos y que no le dejará caer.” R. M. Rilke


Tus manos temblaban esta mañana y un cartón te separaba de la piedra fría de las escaleras; ahí estabas otra vez, como desde hace un año y medio, sentado. Te observé un rato mientras esperaba el autobús. El viento volcaba otro cartón que tenías apoyado en el escalón y cada vez que caía lo recogías y lo volvías a colocar con delicadeza. Había algo escrito, pero no alcanzaba a leerlo. Quizá explicabas tu historia, por la que tantas veces me he preguntado. Un trozo de cartón para explicar una vida. Para explicar  por qué las calles de esta ciudad son ahora tu hogar y por qué tus mañanas consisten en sentarte en ese escalón mirando al frente. Y es que a penas te detienes a observar a los centenares de personas que van de un lado a otro de la calle y que seguramente no advierten tu presencia.
  
¿Cuál es tu historia? Es lo que me pregunto cada día. Porque no sé si los demás te ven o sólo eres para ellos un elemento más de la calle. Yo no puedo evitarlo y te veo y me fijo en  tu rostro arrugado y cansado, y me llegas al alma. Cada mañana, tu presencia en ese escalón me derrumba; como si de repente abrieran las compuertas y una multitud de sentimientos se abalanzaran sobre mí para dejarme al borde de las lágrimas. Como si todo el sufrimiento del mundo se concentrara en ti, en tu mirada, en lo que significas. Me pregunto qué fue lo que te llevó a deambular por las calles, a hacer de ese escalón tu territorio. Quizá fueron tus propios actos, una mala decisión o simplemente eres uno más de los excluidos de este sistema despiadado.

Hace tiempo que me acompaña tu pensamiento, este sentimiento de tristeza vital que me provocas e incluso a veces, me avergüenzo. Como si no estuviera bien y lo normal fuera  pasar por delante de ti impasible, mirar hacia otro lado, aceptar que tenemos que convivir con el dolor de otros.  Seguramente, porque estamos ya tan acostumbrados a ver el horror y el desastre que hemos aprendido a mirar hacia otro lado.
Pero a mí no me sale mirar para otro lado, ni cambiar el recorrido para evitarte. ¡Es tan extraña esta necesidad de enfrentarme a tu presencia y al dolor que me causa! Como si al hacerlo viera  también mis propios miedos, como si fueras el reflejo de mi propio inconsciente.