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sábado, 19 de agosto de 2017

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“¡Y únicamente porque ahora cometo este pecado, porque he pactado con este mundo y lo he aceptado, experimento un terrible desasosiego! Y sin embargo, persisto en ello, la pereza es más fuerte que mi intuición, el vientre lleno y siempre ávido es más fuerte que el alma de tímido lamento.” Hermann Hesse 



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A los tantos momentos de alegría, de ligera felicidad, de plenitud casi, le siguen otros tantos de caída, de sufrimiento, de noches tormentosas, de tensiones internas, de contradicción.
Se intenta, se sigue en el juego, porque aún no se sabe cómo salir de él; se aprenden las normas, se adaptan, se busca una estrategia válida que garantice algunos éxitos y se sonríe como si de verdad se disfrutara. Y uno es bastante convincente, hasta el punto de que puede llegar a creerse que ha logrado, por fin, formar parte del entramado, sentirse adaptado. Pensar que su vida puede fluir con la misma convicción y ligereza que la del resto sin que eso le cause, hastío, desgana o decepción.  Sin embargo, esa sensación sólo dura algún tiempo. Uno trata de empujar el espíritu y canaliza toda la energía posible allí dónde se debe, dónde se espera. Pero el espíritu, cada átomo, toda esa energía... es repelida hacia otra dirección e irremediablemente uno cae. Porque esa tensión constante, esa eterna lucha por mantenerse en pie, por no hacer demasiado evidente la rareza y la absurdidad que le provoca aquello que le rodea causa en el ánimo, en el cuerpo y en el alma una fatiga extrema. 
Por eso, algunas noches simplemente se cae uno desplomado y le caen encima todas esas estrategias que se habían formulado y ya nada tiene sentido. En esas noches cerradas se mira uno en el espejo y se siente ridículo y se pregunta el porqué de tanta lucha. También se siente a veces como dentro algo se deshace, se revuelve, se confunde y es casi imposible soportar las propias contradicciones y se abandona uno al llanto, como un crío desamparado. Entonces, en esas horas bajas, uno commprende de nuevo la irremediable soledad de su alma.

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Pasando ante estímulos. Manuel Caamaño

domingo, 6 de agosto de 2017

Un verano en la ciudad...

I
“Lentamente hacia el olvido, lentamente sin remedio.” M. García

No siempre todo fue tan rápido y hubo un tiempo en que los mensajes no eran instantáneos y sabíamos esperar pacientes una respuesta. Hubo un tiempo en que el hombre se sentaba a esperar; a esperar que hiciera viento, que saliera el sol, que vinieran las lluvias. Hubo un tiempo en que sabíamos apreciar los olores, los diferentes colores del cielo y nos gustaba contemplar el paso de las horas. Hubo un tiempo en que teníamos tiempo y no era tan malo pararse; se nos permitía reflexionar, la inactividad, meditar nuestro siguiente movimiento.
Pero ahora que todo se diluye, que apenas hay nada que podamos apresar durante un largo tiempo. Que nos marcan el ritmo de la vida y el tiempo se nos escapa. Ahora que todo es desechable, consumible o siempre hay una versión mejor... me pregunto si yo también soy objeto de consumo. Si seré en tu vida algo que poder sustituir porque pasó de moda o porque ya no satisface tus necesidades.
Será que estamos destinados a ser usados y cambiados al mismo ritmo que un champú o una camiseta. O que vamos despojando la vida de su profundidad y su trascendencia, hasta quitarle todo lo que pesa y dejar un bonito y radiante envoltorio de nada.

II
"Estaré cerca del mar. Enfrente del horizonte que se licua en formas transparentes o en algún lugar de la frontera.
En el mismo centro de las estrellas, lindando con el punto de armonía de las esferas."
Carlos Chaouen.

Es quizá por eso que, en estos días que no queda un alma en la ciudad y arde el asfalto, que la mente busca un asueto. Así me sorprendo yo demasiado a menudo. Entre el mar y la poesía buscando una tregua; imagino carreteras que bordean la costa, ese azul y esa luz que decía Machado, las playas desiertas allí en el Cabo de Gata.
Otras veces, en las mañanas de sueño camino del trabajo o cuando la vida pesa por el simple hecho de que la vida a veces pesa, evoco tu recuerdo y es como un oasis en medio del desierto. Entonces, ese poema que me regalaste como el que nada pretende, por el simple placer de compartir un buen poema, me devuelve a un lugar que es puro y sólo mío. El lugar de tu recuerdo, en el que, cómo quien pide un tiempo muerto, me pierdo unos instantes; sin ansiedad, sin anhelos. Sólo con gratitud y quizá un interrogante.

lunes, 9 de enero de 2017

Breve nota en memoria de Zygmunt Bauman

Zygmunt Bauman observó la sociedad y la analizó para terminar llamándola modernidad líquida. Qué acertado y preciso fue ese adjetivo y qué bien describe  la sociedad en la que vivimos. Una sociedad en la que nada es fiable, en la que estamos obligados a modelar nuestro pensamiento según las tendencias siempre cambiantes, en la que tenemos que estar  preparados para desechar pensamientos, trabajos, personas para substituirlos por otros con el fin de seguir en el juego.

"No parece haber ninguna isla estable y segura entre tanta marea" decía en su libro Vida líquida y así es, en la era de la sustitución nada tiene firmeza, no debemos creer en la durabilidad, no hay tiempo para las reflexiones profundas, no hay verdades que alcanzar, ésta depende del  momento. No resulta fácil adaptarse a este tiempo en el que se diluyen las identidades, las singularidades, los vínculos, los compromisos y ni el amor se salva.



viernes, 18 de noviembre de 2016

Lo de dentro (III)




“Quizá todo lo terrible, en el fondo, sea sólo una forma de desamparo que solicita nuestra ayuda.
No debe, pues, asustarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca vista. O si una inquietud como luz o sombra de nubes cae sobre sus manos y hace efecto en usted. Tiene que pensar que algo le acontece, que la vida no le ha olvidado, que le tiene en sus manos y que no le dejará caer.” R. M. Rilke


Tus manos temblaban esta mañana y un cartón te separaba de la piedra fría de las escaleras; ahí estabas otra vez, como desde hace un año y medio, sentado. Te observé un rato mientras esperaba el autobús. El viento volcaba otro cartón que tenías apoyado en el escalón y cada vez que caía lo recogías y lo volvías a colocar con delicadeza. Había algo escrito, pero no alcanzaba a leerlo. Quizá explicabas tu historia, por la que tantas veces me he preguntado. Un trozo de cartón para explicar una vida. Para explicar  por qué las calles de esta ciudad son ahora tu hogar y por qué tus mañanas consisten en sentarte en ese escalón mirando al frente. Y es que a penas te detienes a observar a los centenares de personas que van de un lado a otro de la calle y que seguramente no advierten tu presencia.
  
¿Cuál es tu historia? Es lo que me pregunto cada día. Porque no sé si los demás te ven o sólo eres para ellos un elemento más de la calle. Yo no puedo evitarlo y te veo y me fijo en  tu rostro arrugado y cansado, y me llegas al alma. Cada mañana, tu presencia en ese escalón me derrumba; como si de repente abrieran las compuertas y una multitud de sentimientos se abalanzaran sobre mí para dejarme al borde de las lágrimas. Como si todo el sufrimiento del mundo se concentrara en ti, en tu mirada, en lo que significas. Me pregunto qué fue lo que te llevó a deambular por las calles, a hacer de ese escalón tu territorio. Quizá fueron tus propios actos, una mala decisión o simplemente eres uno más de los excluidos de este sistema despiadado.

Hace tiempo que me acompaña tu pensamiento, este sentimiento de tristeza vital que me provocas e incluso a veces, me avergüenzo. Como si no estuviera bien y lo normal fuera  pasar por delante de ti impasible, mirar hacia otro lado, aceptar que tenemos que convivir con el dolor de otros.  Seguramente, porque estamos ya tan acostumbrados a ver el horror y el desastre que hemos aprendido a mirar hacia otro lado.
Pero a mí no me sale mirar para otro lado, ni cambiar el recorrido para evitarte. ¡Es tan extraña esta necesidad de enfrentarme a tu presencia y al dolor que me causa! Como si al hacerlo viera  también mis propios miedos, como si fueras el reflejo de mi propio inconsciente.

sábado, 28 de mayo de 2016

La Generación Perdida



Desde que hace unos días una amiga me comentara que pertenecíamos a lo que llaman la generación perdida  no he podido dejar de darle vueltas al tema.  En esa manía de etiquetarlo todo  a los nacidos entre 1980 y 1999 nos llaman ‘técnicamente’ la generación Y. Somos los antecesores de  la Z y los hijos de la X. 
Lo que ella me comentaba es que en algún momento, han decidido llamarnos La Generación Perdida por diversos motivos. A grandes rasgos, somos aquellos jóvenes que nacimos en el estado de bienestar, nunca nos faltó de nada y nuestros padres nos criaron para que fuéramos mejores que ellos.
Nos inculcaron que había que estudiar, que eso nos abriría las puertas del mundo laboral y que con trabajo duro todo se conseguía. Pero la realidad que estamos viviendo es bastante distinta, tenemos muy difícil el acceso al mundo laboral, muchos tienen que irse fuera, y aquello que nos prometieron ha resultado no ser cierto.  ¡Qué sorpresa! Hemos crecido a base de las decepciones y el dolor  que nos han provocado las mentiras que nos habían contado.

Luego está la generación Z, a los que  yo llamo los niños dos-mil. Son aquellos que han nacido en la era tecnológica, con un iPad bajo el brazo. De ellos dicen que son muy hábiles para la tecnología y que serán capaces de conseguir grandes cosas si la utilizan bien, que no  perciben sus estudios como una herramienta para tener un buen trabajo o de futuro, que tienen menos capacidad de concentración y que no tienen muy arraigado el valor de la familia.
Yo los observo con una mezcla de envidia y desconcierto; a pesar de no entenderlos demasiado sí que creo que están mejor preparados que nosotros. Los Y nacimos en un mundo analógico, vimos nacer internet y la era de lo digital. No era algo que estaba ahí antes, sino que tuvimos que aprender qué era y lo fuimos adoptando a nuestra vida. Tampoco nadie nos dijo de la importancia de aprender inglés hasta que ya fuimos un poco mayores. Y tuvimos que corregirlo.  Sin embargo, los niños Z crecen con el inglés como su segunda o tercera lengua, a sus 15 años ya saben lo que es un lenguaje de programación, muchos saben programar, utilizan programas que yo no utilicé hasta que entré en la ingeniería y en general tengo la sensación de que tienen una educación más rica y estimulante de lo que lo fue la nuestra.  Eso me hace pensar que en los diez años distancia que hay entre ellos y yo, cuando accedan al mundo laboral, la única manera de competir con ellos será con los años de experiencia. Nos encontramos con la imposibilidad de entrar al mundo laboral y con una generación, por detrás, mejor preparada.

Aunque me resulta algo inquietante supongo que nada de esto se puede tomar como absoluto, ya que hay ciertos aspectos que entran en contradicción.  Teniendo en cuenta que se supone que son chicos más creativos y con más dificultades para el pensamiento lógico, se entiende que tendrán más dificultades para entender todo aquello que requiera de estas habilidades. En ese sentido,  tanto la programación, como las carreras técnicas necesitan de habilidad para la lógica y los pensamientos abstractos. Entonces,  en qué grado son capaces de entender la tecnología y sus implicaciones,  más allá de algo que ha formado parte de su vida desde que nacieron.

En todo caso, me parece curioso como los acontecimientos y tendencias sociales o los saltos tecnológicos afectan a nivel generacional. Provocan que desarrollemos unas habilidades y no otras o tengamos unos rasgos emocionales o de carácter más marcados que otros sin que podamos decidirlo.
Probablemente los de mi generación hemos heredado ciertos anhelos de nuestros padres, hemos tenido que afrontar que nuestras expectativas de futuro no se cumplan, y aceptar que ahora la realidad es otra quizá no tan bonita como nos dijeron que seria.  Con esas condiciones  y esa incertidumbre tratamos de seguir adelante. Me pregunto con qué dificultades se encontraran los jóvenes dos-mil. ¿Será una generación con problemas de comunicación?, ¿Tendrán dificultades para establecer relaciones sólidas con los demás?, ¿Tendrán problemas asociados al uso y abuso de la tecnología? No lo sé, probablemente a las ‘luces’ y a ese ser mejores que nuestros padres de cada generación, vayan asociadas unas luchas y carencias a las  que hacer frente.  

lunes, 1 de junio de 2015

Lo de dentro (II)




“esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
me recuerdan a mí”
-       Luís G. Montero.

Te hablo de la vidas que se cruzan, de la personas que sólo pasan una vez en la vida. De esa gente que cuando la tienes al lado parece que abran la ventana de una habitación que llevaba demasiado tiempo cerrada. Y vuelve a entrar la luz y un aire nuevo que te remueve por dentro. Esas personas que llegan hoy y se van mañana pero que en ti se quedan para siempre.

Tú, con mirada escéptica, citas a Quique González y sólo me respondes que "la vida te lleva por caminos raros".
 
Te explico sobre las implicaciones místicas de todo esto, de hilos invisibles que nos mueven, de que hay algo que nos une y que no existen las casualidades. Que leas las señales, que hagas caso de tu instinto. 

Tú me dices que eso está bien para las películas pero que hace mucho que dejaste de creer en la magia y que el instinto a veces juega malas pasadas.  

Te digo que no se trata de magia que es “la ocurrencia temporal coincidente de eventos acausales”. Que mires más allá, que a veces lo más improbable ocurre y que no lo dejes escapar.

Entonces vuelves a poner esa canción que no has dejado de escuchar desde aquel día y me dices que a pesar de lo que diga Jung, es el azar el que hace y deshace, que no hay señales, que nada está predestinado. Pero que eso no te importa. Que tú siempre lo vas a poder encontrar en la poesía.